Yolanda Sáenz de Tejada (Huelva 1968) estudió estilismo y diseño. Desde muy joven alternó la faceta de creativo con la de escritora (campo en el que ha obtenido numerosas menciones tanto en narrativa como en poesía).
Muy interesada en los temas científicos de actualidad como la alimentación, el sueño y la sociología, colabora con empresas que aplican sus diseños a la ciencia para conseguir una mayor calidad de vida.
Es a raíz de tener dos hijas cuando investiga en el campo de la conducta infantil, aplicando el juego como herramienta para conseguir buenos hábitos en los niños (alimentación, sueño, desarrollo emocional, integración social, valores humanos…)
En marzo del 2008 publica su primer libro llamado: ¡A JUGAR! que está siendo un récord de ventas y en noviembre saldrá su segundo libro llamado EL CAMINO DEL SUEÑO. En la actualidad vive en Linares (Jaén) y trabaja como creativo aunando en sus diseños el arte y la poesía.
Y vive en un lugar cerca del cielo, donde cultiva pimientos y poemas…
POEMAS
***
No sé
por qué siento
(pura indecencia)
celos de los poemas
que algunos hombres
escriben
a sus mujeres.
No sé
por qué me cuelgo
de la disculpa
un ahogo de
sonrisa torcida,
un amargo deseo
de destrozar
con mis dientes
esas frases.
(No la ames
tanto,
por favor…)
Y termino
cerrando el poema,
dándole un portazo
a las comas
y escupiendo
en los puntos
(y aparte)
que han seguido
escondiéndome
la envidia.
Ahora vengo
aquí,
a este folio
coagulado de mí
(el mí feo
y oscuro)
para mendigarte
a ti
(el ti blanco de
versos inmaculados)
que me hagas
(por dios)
un poema
de amor…
* * *
a ángel gonzález
Ayer,
cuando era casi mañana,
volví a casa
cansada de llover.
Últimamente
tengo el clima revuelto,
demasiados huracanes
en mis pechos...
Y me hice un reloj
con el tiempo muerto
que olía a podrido incierto.
Le puse besos
en las horas perdidas
y azucenas
en los minutos devorados.
Una horquilla en la correa
para sujetar mi sonrisa
y de camino
la razón.
Ahora lo llevo en el pelo
para que todo el mundo me pregunte.
Horas rubias,
rizadas en mi cabeza…
* * *
Aquella casa
era diferente.
Él la había construido
durante dos años
con sueños
abiertos
y locos.
En la mudanza,
se llevó todos
aquellos ridículos recuerdos
manchados
de olvido.
Se trajo,
también,
un puñado de besos
(con lengua)
escondidos
en el abrigo.
Cada día,
durante dos años
de delirio,
realizó en la casa
todo lo que a ella
le hubiera gustado
tener.
Plantó tomates
y suspiros de laurel.
Sembró un limonero enano
(con el que bailaba
por las noches)
y una mata de pimientos
de vergel.
Por su cumpleaños,
en abril,
le construyó un mirador
donde ella
le pediría
(cada anochecer)
que guardara el sol
entre sus piernas,
para
morir
con
él…
A veces,
desesperado,
le gritaba
al aire
cuánto tardaría ella
en volver.
Y se tumbaba,
bocabajo,
en el césped del jardín,
esperando
la respuesta
que nunca
oyó decir.
Sólo despertaba
a golpes de verdad,
cuando su mujer
le preguntaba,
con gritos y calor,
por qué
(hacía dos años)
ya
no
hacían
nunca
el
amor…
* * *
Bienvenido
a mi cuerpo.
Espera en el salón,
por favor.
Estoy aún
fregando mi piel.
Está tan sucia
de recuerdos…
Él se ha ido
hace poco tiempo
y me ha dejado
la foto de boda
entre los pechos.
Abiertos,
cubiertos de escamas
y de quemaduras.
—Tanto fuego en su boca…—
Mira mis piernas…
Están plagadas
de varices y fantasmas
de tanto atajar sus dedos
por ellas.
Tengo aún los arañazos
frescos en los ojos,
—recuerdos vivos
de muchas noches
sin noche—.
* * *
Cada noche
enciendo el candelabro
que me regalaste.
Luce bonito quemando distancia…
cada madrugada
apago la nostalgia
que me inyectaste
en la gorda vena de la pasión.
Revienta a menudo calando el colchón…
Y cada mañana
cuando el sol
me quema el resto de sal,
(paleolítico de una lágrima),
incendio el amor por ti.
Tumor benigno que me crece en el corazón…
* * *
Cae la tarde
sobre mis ojos
como una gota
de álgido silencio.
Ordeno
mi corazón
y paseo
(sediciosa)
entre mis libros.
Salgo al patio
y descubro
que los pimientos
se han helado.
La muerte anunciada
de cada año.
Sin sufrimiento
aparente de sus hojas,
sin un tierno
desgarro
en sus tallos.
He de esperar,
de nuevo,
el parto
de la primavera.
Vuelvo a entrar
en mi palacio
de papel
y sorprendo
al reloj en las siete
(llevo ordenando
mi corazón
una hora y media).
La tarde
me ha descubierto
temprano,
tirándome de los libros
y de las medias…
* * *
En el cementerio
de Montjuic
los muertitos están
muy cerca del cielo
(y para algunos
de Dios).
Hoy los he visto
(a los muertitos)
tomando el sol
en sus nichos.
Yo paseaba
en moto
y, al mirar hacia arriba,
ellos agitaron
sus flores
(algunos se atrevían
con el top-less,
enseñando que el alma
nunca abandona
nuestros huesos).
En el cementerio
de Montjuic
las casitas cuelgan
como en Cuenca.
Adornan sus ventanas
ramos de velas
agónicas de día
y recién nacidas
de noche
(seguro que
en esa montaña
sus nohabitantes
se sientan en las piedras
a fumarse
la vida
y los besos).
En el cementerio
de Montjuic
a los muertitos
sólo los vemos
los locos
y los más vivos…
* * *
Cocina y lava
mientras tiende sus sueños.
Barre y friega
mientras limpia sus recuerdos.
A veces se sienta
en el escalón de su tristeza.
Y grita.
Sin entender
por qué él se fue con otra.
Yo la observo,
escondida entre las sábanas de la mañana,
antes de que venga
con un: ¡levántate, hija mía,
que seguimos estando solas!
a despertarme…
* * *
Cuando paseo contigo por la calle
y tú me coges de la vida por la mano,
yo sonrío atolondrada
como niña de colegio en su recreo.
Cuando me llevas a un hermoso restaurante,
y yo siento mi silla en tu cara,
no te dejo que mires a otro sitio;
sólo mi cara de adolescente enamorada
Cuando me regalas la tarde
y bajas el sol hasta mis nalgas
(antes de que el fuego queme mis rodillas),
yo duermo la siesta de adulto entre tus ojos.
Después, cuando la noche aprieta mi ombligo
y tú me compras un regalo;
yo me tumbo en la esquina de tu boca
para morir de vieja entre tus besos…
* * *
La llamaban desván
los chicos de la escuela.
Tenía unos ojos
infinitos
con un gran salón
negro en el centro.
Amueblaba su mirada
una lámpara encendida
de besos
y pestañas.
En el lóbulo,
tierno,
le prendían
(como llamas)
unos aretes de oro.
La llamaban desván
incluso,
cuando la dejé
preñada.
Paseaba por el recreo
aquel vientre
hinchado de caricias,
con esa vida fresca
que le brotaba
(como chocolate
caliente)
entre las caderas.
La llamaban desván
los chicos de la escuela,
porque todos los hombres
querían subirse a ella…
* * *
En aquel campo hacía frío
y él era torpe.
Sus dedos siempre tropezaban
con el skay
del R-6 prestado.
En aquel campo hacía frío
y mi lencería no era de Francia,
precisamente,
ni tenía
—entre los muslos tibios—
una gota
de perfume de Dior.
Pero cada viernes por la noche
mi novio conducía
hasta aquella huerta
de olivos,
aislados como lobos hambrientos
en la tierra.
Llegaba despacio,
y aparcaba el verano en mi pelo.
Siempre sonreía
—con esa boca de azúcar derretida—
cuando le daba voz a aquella canción
que me hacía llorar.
Abdela del amor infinito
yes I do…
Y lentamente,
bebiéndose después
cada lágrima de mi cuello,
me volcaba el asiento hacia atrás.
Animales aullando en la oscuridad…
* * *
Me gustaría vivir contigo,
aunque lleve viviendo veinte años.
Despertar al lado de tu sombra
que de tanto apretarme casi es mía.
Te pediría un anillo de deseo,
para colgarlo en la esquina de mi boca.
Nadar entre olas de tu saliva
soldadas a mi piel como tus manos.
Me gustaría hacerte el amor en el salón,
aunque lleve media vida amándote.
Pintar la carcoma del sofá
con el sudor de tu cuerpo abierto.
Te dejaría tocarme el pensamiento
y morder mi excitado cerebro.
Volverme loca de placer
aunque lleve loca veinte años…