sábado, 4 de agosto de 2007

PABLO LEIVA CRUZ (Granada, 1985)


Pablo J. Leiva Cruz nace en Granada un 22 de febrero de 1985. A las pocas semanas de nacer allí, se traslada a Motril, donde vive y estudia hasta los dieciocho años. Tras cursar el bachillerato de humanidades ingresa en la Facultad de Traducción e Interpretación de Granada (estudios que cursa en la actualidad). Pablo empieza a escribir a los 16 años, y desde entonces, y aunque de forma bastante irregular e interrumpida, no ha dejado de expresar lo que siente ayudándose de papel y “boli”. En 2007 participa en el concurso de lectura pública de poemas Alea Blanca y en el XI Certamen Literario de Motril, en el que es galardonado con el premio Jóvenes Valores por la obra Viaje en verso a través de un sueño.


Viaje en verso a través de un sueño


Un sueño es ahora.
Tu beso.
Verte desnuda,
con tu beso en mi sueño
y mi sueño en tu luna.


Acércate despacio,
suave,
como si el tiempo
ya no existiera.
Mírame por última vez
antes de cerrar los ojos,
y deja que lenta,
y dulcemente,
desnude hoy tus labios
con un beso infinito.


Cierra los ojos.
Besa tu alma.
Juega a un juego al que nunca hayas jugado.

Después observa.

Sueña con el infinito.
Abre las manos
y respira todo lo más que puedas.

Vuelve a reír,
y dime que me quieres.


Sueños dormidos
en nubes de cristal,
entre tus ojos
y los míos.
Miro al cielo
y te busco,
y sueño,
y espero,
que algún día
se pare el tiempo,
para ver tus ojos en el cielo,
y decirte con los míos “te quiero”.


Curvas de risas,
de ojos negros,
de dulces labios
y de hábil lengua;
de inquietas piernas,
incesantes brazos,
alegres muñecas
y finos dedos.
Curvas de locura
pasión y desenfreno,
a velocidad de vértigo
desnudo en mi velero;

niña de mi vida,
sólo a ti te quiero.


No termines nunca
estrella única de mi noche.
Jamás me dejes solo,
que sólo tengo mis ojos,
mi alma,
y tu luz
para mirarte sólo a ti.


El tiempo no es real.
Nunca lo fue.
Sólo nuestros ojos lo saben,
sólo cuando se miran.
El infinito entre nuestros labios
recuerda que un día se tocaban,
que un día desafiábamos al tiempo,
a la distancia,
a ti,
a mí.
El tiempo no es más
que un montón de números
que se mueven más lento
y ríen más alto
cuando nos ven llorar.
No esconderé nunca
una sóla de mis lágrimas
ante ti,
y nunca dejaré
que sean esos números
los que tapen mi boca
al decirte “te quiero”.


Noches de verano
olor brisa salada,
en las que el horizonte iluminado
atrapa mis ojos,
cautiva mi mirada.
Noches de luna
en las que miro al cielo
y me baño en el silencio
de un mar negro e infinito
vestido de estrellas.
Noches de arena oscura,
de redes de pescadores
y de barcos en el puerto.
Noches de besos,
de risas
y de juegos.

Noches de verano.

Noches que sin ti
no son noches.


El recuerdo de tus besos
me abraza suave y cruel.
Amargas lágrimas dibujan en mis mejillas
ríos tristes que nacen
en montañas solitarias
color rojo clavel.

Y delante tú,
tus ojos, tus labios y tu sonrisa,
que me descubren cobardemente escondido,
y ahogado,
en un mar oscuro
dentro de mi corazón.

Y aunque quiero y lo intento,
no consigo dejar de quererte.


Yo te pienso en tu ausencia
vacío el viento y seco el mar,
detrás del infinito te toco
y me empapo de recuerdos,
dulces y amargos,
que nunca sabré si fueron,
o serán,
ciertos como mi amor.
Porque aunque lejanos y malditos,
y aunque yo no quiera,
tus recuerdos también arropan
mis sueños en tu ausencia.


Te vi en un sueño a ti,
y sólo a ti.
Era un sueño, lo sé.
La realidad no es
generosa en demasía.
Tu amor, como gota de agua,
cae entre los dos
siendo la brecha de una herida
que sólo tu adiós podrá curar.
Sólo tu adiós.


Y ese fue un día que
enamorado soñé que estaba
tumbado a la sombra del sol,
subido en versos de un sueño
que soñaba mi corazón.

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